¿Dónde está el problema? ¿Está dentro, está fuera?

Y ahora ya probablemente no le importa, la comodidad del sofá como perfecta excusa para mecerse en el olvido; será luego más tarde, esa duermevela incómoda que adivina inevitable la que volverá al recuerdo cercano, al placer culpable y sabroso que duró demasiado poco. Demasiado.

Andrés se levanta contrariado de su excusa, busca algo de aire fresco en la terraza delantera en esa hora mágica que nadie se ha molestado en definir, agonía solar o amanecer de la noche. Acaso piensa sobre ello, lo inevitable de la desaparición del horizonte, la luna como amante insatisfecha, blanca envidia mirando el abrazo entre el sol y las montañas.

La memoria culebrea en su cabeza, atraviesa sus ojos y le obliga a abrir la boca para finalmente no decir nada. Allá en el salón la máquina de escribir y el comienzo, Vuelven las dudas, y nada más escrito desde hace semanas.

Qué escribir cuando insistir sólo sirve para ser consciente de lo evidente, la contínua contradicción en la que se basa su vida. La vuelta a la rutina como bálsamo, olvidar y periódicos y la hipoteca y los niños.

Quedará de momento como el dulce recuerdo que uno sueña con amanecer de nuevo, inútil imaginar conversaciones que no tuvieron lugar, inútil fantasear con la caricia que no existió, mucho mejor el café recien hecho, las pantuflas y el cigarrillo, la televisión adoctrinando en la mañana y el acostumbrado beso en la mejilla y buenos dias cariño, ¿dormiste bien hoy?

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